10 de diciembre de 2017

En memoria de Richard Wilhelm




Prólogo a El secreto de la Flor de Oro

C. G. Jung

No es tarea fácil hablar de Richard Wilhelm y de su obra, pues nuestros caminos, partiendo de la lejanía, se han cruzado a la manera de los cometas. Ustedes probablemente conocieron a Wilhelm antes de que yo trabara relación con él, y la obra de su vida tiene una extensión que no he sondeado. Tampoco he visto nunca esa China que lo formó primero y luego duraderamente lo colmara, ni me es corriente su lengua, la manifestación espiritual viviente del Este chino.

Ciertamente, me hallo como un extraño en las afueras de ese enorme campo del saber y la experiencia donde Wilhelm cooperara como maestro de su profesión. Él como sinólogo y yo como médico jamás habríamos tenido contacto si hubiésemos permanecido especialistas. Pero nos encontramos en la tierra de los hombres, que comienza más allá de los hitos limítrofes académicos. Ahí se halló nuestro punto de contacto, ahí cruzó la chispa que encendió esa luz que había de conducirme a uno de los sucesos más significativos de mi vida. Es, pues, en razón de esa vivencia que me permito hablar de Wilhelm y de su obra, recordando con agradecido respeto a ese espíritu, que creó un puente entre Este y Oeste para legar al occidente la preciosa herencia de una cultura milenaria destinada quizás a declinar.

Wilhelm poseía la maestría que adquiere sólo quien supera su especialidad, y de ese modo su ciencia llegó a ser para él un asunto que concernía a la humanidad -no, no llegó a ser; lo era ya desde el principio, y lo fué siempre. Pues, ¿qué otra cosa lo hubiera podido alejar de tal modo del horizonte estrecho de los europeos, y aun de los misioneros, para que, apenas impuesto todavía del secreto del alma china, presintiera en ella tesoros ocultos para nosotros, y en pro de esta preciosa perla inmolara su prejuicio europeo? Sólo pudo haber sido un sentimiento humanitario que todo abarcase, una grandeza de corazón que presintiese la totalidad, lo que le posibilitó abrirse incondicionalmente a un espíritu hondamente foráneo y poner al servicio de su influjo las múltiples dotes y capacidades de su alma.

Su comprensiva dedicación, más allá de todo resentimiento cristiano, más allá de toda arrogancia europea, es ya por sí sola testimonio de un espíritu raramente grande, pues en contacto con civilizaciones extrañas los mediocres se pierden, ya en ciego desarraigo de sí mismos, o en celo crítico tan falto de comprensión como presuntuoso. Tanteando las desnudas superficies y externalidades de la cultura foránea, no comen de su pan ni beben de su vino, y así nunca entran en la "communio spiritus", esa muy íntima trasfusión e interpretración que prepara el nuevo nacimiento.

Por regla, el erudito especializado es un espíritu únicamente masculino, un intelecto para el que la fecundación es un proceso extraño y antinatural; por lo tanto, una herramienta especialmente inapropiada para dar a luz a un espíritu foráneo. Un espíritu más grande, empero, lleva el signo de lo femenino, y le es dada una matriz receptiva y fructífera que posibilita la re-creación de lo foráneo bajo forma conocida. Wilhelm poseía en medida plena el raro charisma de la maternidad espiritual. A ése debía su empatía, hasta aquí inalcanzada, del espíritu del Oriente, que lo capacitó para sus incomparables traducciones. Considero, como mayor entre sus logros, la traducción y comentario del I Ging . Hasta el momento de conocer la traducción de Wilhelm, me había ocupado durante años con la insuficiente traducción de Legge; en consecuencia, estuve en posición de apreciar la extraordinaria diferencia de la manera más completa. Wilhelm ha logrado hacer resucitar bajo una viviente forma nueva esa vieja obra, en la que no sólo muchos sinólogos, sino también los mismos chinos modernos, no perciben más que una colección de absurdos ensalmos mágicos. Esa obra encarna, como por cierto ninguna otra, el espíritu de la cultura china; los mejores espíritus de la China han colaborado en ella y le han aportado, durante miles de años. No ha envejecido a pesar de su edad legendaria, sino que vive y opera siempre, al menos para aquellos que comprenden su sentido. Y que nosotros pertenezcamos también a esos favorecidos lo debemos a la creativa proeza de Wilhelm. Él nos ha aproximado a esa obra, no sólo merced a un cuidadoso trabajo de traducción, sino también mediante su experiencia personal, por un lado como discípulo de un maestro chino de antigua escuela y, por el otro, como iniciado en la psicología del yoga chino, para quien la aplicación práctica del I Ging era una vivencia continuamente renovada.

Pero con todos esos ricos dones, Wilhelm nos ha también sobrecargado con una tarea cuya magnitud quizás podamos intuir con el tiempo, pero no seguramente abarcar de una ojeada todavía. A quien, como yo, haya tenido la rara fortuna de experimentar, en intercambio espiritual con Wilhelm, la fuerza adivinatoria del I Ging , no le puede a la larga quedar oculto que tocamos acá un punto de Arquímedes a partir del cual puede ser desgoznada nuestra posición espiritual occidental. Ciertamente, no es pequeño mérito esbozarnos un cuadro tan prolijo y colorido de una cultura para nosotros extraña, como el realizado por Wilhelm, pero eso va a significar algo menos comparado también con el hecho de que nos haya inoculado, por encima y más allá de aquello, con un germen viviente del espíritu chino, apropiado para modificar nuestra imagen del universo. No hemos quedado en espectadores únicamente admirativos o únicamente críticos, sino que participamos del espíritu del Este en la medida en que hayamos logrado experimentar la eficacia viviente del I Ging .

La función en que se basa la práctica del I Ging -si se me permite expresarme así- está de hecho, según todas las apariencias, en la más aguda contradicción con nuestra manera occidental, científico-causal, de considerar al mundo. Es, en otras palabras, extremadamente acientífica, sencillamente prohibida, y por ende, apartada de nuestro juicio científico e incomprensible para él.

Hace algunos años me preguntó el entonces presidente de la British Anthropological Society cómo podía yo explicar que un pueblo espiritualmente tan elevado como el chino no hubiese materializado ninguna ciencia. Le repliqué que eso debía muy bien ser una ilusión óptica, pues los chinos poseían una "ciencia" cuyo standard work era precisamente el I Ging , pero que el principio de esta ciencia, como tantas otras cosas en China, es por completo diferente de nuestro principio científico. La ciencia del I Ging , en efecto, no reposa sobre el principio de causalidad sino sobre uno, hasta ahora no denominado -porque no ha surgido entre nosotros- que a título de ensayo he designado como principio de sincronicidad . Mis exploraciones de los procesos inconscientes me habían ya obligado, desde hacía muchos años, a mirar en torno mío en busca de otro principio explicativo, porque el de causalidad me parecía insuficiente para explicar ciertos fenómenos notables de la psicología de lo inconsciente. Hallé en efecto primero que hay fenómenos psicológicos paralelos que no se dejan en absoluto relacionar causalmente entre sí, sino que deben hallarse en otra relación del acontecer. Esta correlación me pareció esencialmente dada por el hecho de la simultaneidad relativa, de ahí la expresión "sincronicidad". Parece, en realidad, como si el tiempo fuera, no algo menos que abstracto, sino más bien un continuum concreto, que contiene cualidades o condiciones fundamentales que se pueden manifestar, con simultaneidad relativa, en diferentes lugares, con un paralelismo causalmente inexplicable como, por ejemplo, en casos de la manifestación simultánea de idénticos pensamientos, símbolos o estados psíquicos. Otro ejemplo sería la simultaneidad, destacada por Wilhelm, de los períodos estilísticos chinos y europeos, que no pueden ser causalmente relacionados entre sí. Si dispusiera de resultados generalmente confirmados, la astrología sería un ejemplo de sincronicidad de máxima importancia. Pero hay al menos algunos hechos suficientemente verificados y confirmados mediante extensas estadísticas, que hacen aparecer el planteo astrológico como digno de la consideración filosófica. (La valoración psicológica está sin más asegurada, pues la astrología representa la suma de todas las nociones psicológicas de la antigüedad.) La posibilidad, de hecho existente, de reconstruir un carácter de modo suficiente a partir de una natividad, prueba la relativa validez de la astrología. Pues la natividad no reposa, empero, de ninguna manera sobre las posiciones estelares astronómicas reales, sino sobre un sistema temporal arbitrario, puramente conceptual, ya que, debido a la precesión de los equinoccios, hace mucho que el punto vernal se ha desplazado del 0° de Aries. En consecuencia, en tanto haya diagnósticos astrológicos efectivamente correctos, no descansan sobre las acciones de los astros, sino sobre nuestras hipotéticas cualidades del tiempo; es decir, en otras palabras, que lo que ha nacido o sido creado en este momento del tiempo, tiene la cualidad de este momento.

Ésa es, al mismo tiempo, la fórmula fundamental de la práctica del I Ging . Como se sabe, se obtiene el conocimiento del hexagrama, que es imagen del momento, mediante una manipulación, basada en el azar más puro, de las varillas del milenrama o de las monedas. Los palillos rúnicos caen tal cual es el momento. La cuestión sólo es: ¿lograron el antiguo rey Wen y el duque de Dschou, nacidos alrededor del año 1000 a. C., interpretar o no correctamente la imagen casual de los palillos rúnicos arrojados?

Sobre eso decide únicamente la experiencia.

En ocasión de su primera conferencia sobre el I Ging , en el Club Psicológico de Zurich, Wilhelm demostró, a mi pedido, el método para consultar el I Ging, e hizo así un pronóstico que en menos de dos años se cumplió al pie de la letra y con toda la claridad deseable. Este hecho podrá ser confirmado por muchas experiencias paralelas. No me es aquí, empero, de importancia establecer objetivamente la validez de los enunciados del I Ging , sino que los asumo según lo hiciera mi difunto amigo y, por ende, me ocupo sólo del hecho asombroso de que se haga legible la qualitas occulta del momento de tiempo, expresada mediante el hexagrama del I Ging. Se trata de una relación del acontecer análoga no sólo a la astrología sino esencialmente emparentada con ella. El nacimiento corresponde a los palillos rúnicos echados, la constelación natal al hexagrama, y la interpretación astrológica resultante de la constelación corresponde al texto apropiado al hexagrama. El pensamiento que se edifica sobre el principio de sincronicidad, y que alcanza su máxima cima en el I Ging , es en suma la expresión más pura del pensamiento chino. Entre nosotros este pensamiento desapareció de la historia de la filosofía desde Heráclito, hasta que percibimos de nuevo, con Leibniz, un lejano eco. Pero no estuvo extinguido durante el intervalo, sino que pervivió en la penumbra de la especulación astrológica y, todavía hoy, permanece en ese nivel.

Toca aquí el I Ging algo que entre nosotros necesita desarrollo. El ocultismo ha vivido en nuestros días un renacimiento que realmente no tiene parangón. Casi oscurece la luz del espíritu occidental. No pienso, con esto, en nuestras academias y sus representantes. Soy un médico, y tengo que ver con gente común. Por eso sé que las universidades han cesado de actuar como fuentes de luz. La gente está saciada de la especialización científica y del intelectualismo racionalista. Quiere oír acerca de una verdad que no estreche sino ensanche, que no oscurezca sino ilumine, que no se escurra sobre uno como agua sino que penetre conmovedora hasta la médula de los huesos. Ese buscar amenaza, en un público anónimo pero amplio, con desembocar en rutas falsas.

Cuando pienso en la proeza y la significación de Wilhelm, me viene siempre a la mente Anquetil du Perron, aquel francés que trajo a Europa la primera traducción de los Upanishads, justo en ese momento en que, por primera vez desde hacía casi mil ochocientos años, ocurría el hecho inaudito de que una Déese Raison derribara de su trono en Nótre Dame al Dios cristiano.

Hoy, cuando en Rusia sucede algo mucho más inaudito que en el París de ese tiempo, cuando en Europa misma el símbolo cristiano ha alcanzado tal estado de debilidad que inclusive los budistas estiman llegado el momento de una misión europea, es Wilhelm quien nos trae del Este una nueva luz. Ésta es la tarea cultural que Wilhelm ha sentido. Él ha reconocido cuánto nos podía dar el Este para la curación de nuestra necesidad espiritual.

No se ayuda a un pobre con que le pongamos en la mano una limosna más o menos grande, a pesar de que así lo desee. Se lo ayuda mucho más cuando le señalamos el camino para que, mediante el trabajo, pueda librarse duraderamente de su necesidad. Los mendigos espirituales de nuestros días están, por desgracia, en exceso inclinados a aceptar en especie la limosna del Este, es decir, a apropiarse sin reflexionar de las posesiones espirituales del Este e imitar ciegamente su manera y modo. Ése es el peligro, sobre el cual no puede prevenirse lo bastante, y que también Wilhelm sintió claramente. La Europa espiritual no es ayudada con una nueva sensación o un nuevo cosquilleo de los nervios. No podemos robar lo que China edificó en miles de años. Para poseer, debemos más bien aprender a adquirir. Lo que el Este tiene para darnos ha de ser para nosotros simple ayuda para una labor que todavía tenemos que realizar. ¿De qué nos sirve la sabiduría de los Upanishads , de qué las penetrantes percepciones del yoga chino, cuando abandonamos nuestros propios cimientos como errores anticuados y nos establecemos furtivamente sobre costas extranjeras como piratas sin patria? La penetrante inteligencia del Este, sobre todo la sabiduría del I Ging, no tienen sentido alguno para quien se encierra frente a su propia problemática, para quien vive una vida artificialmente aprestada con prejuicios tradicionales, para quien se vela su real naturaleza humana, con sus peligrosos subsuelos y oscuridades. La luz de esa sabiduría alumbra sólo en la oscuridad, no bajo la eléctrica luz de los reflectores del teatro de la conciencia y la voluntad europeos. La sabiduría del I Ging ha salido de un trasfondo de cuyos horrores presentimos algo cuando leemos acerca de las masacres chinas, o del sombrío poder de las sociedades secretas chinas, o de la pobreza sin nombre, la suciedad sin esperanza y los vicios de la masa china. Si queremos experimentar como algo viviente la sabiduría de China, tenemos necesidad de una correcta vida tridimensional. En consecuencia, primero tenemos necesidad de la verdad europea acerca de nosotros mismos. Nuestro camino comienza con la realidad europea y no con las prácticas del yoga, que han de alejarnos, engañados, de nuestra propia realidad. Para mostrarnos dignos discípulos del maestro, debemos proseguir en un sentido más amplio el trabajo de traducción de Wilhelm. Así como él tradujo al sentido europeo el bien espiritual del Oriente, debemos nosotros traducir ese sentido a la vida.

Como ustedes conocen, Wilhelm tradujo el concepto central "Tao " por sentido . Sería ciertamente tarea del discípulo traducir a la vida ese sentido , es decir, realizar el Tao . Pero no se crea el Tao con palabras y buenos preceptos. ¿Sabemos exactamente cómo nace el Tao en nosotros, o en torno nuestro? ¿Acaso por la imitación? ¿Acaso por la razón? ¿O por acrobacia de la voluntad?

Sentimos que todo eso es ridículamente inconmensurable. ¿Por dónde comenzaremos, sin embargo, esta primerísima tarea? ¿Estará en nosotros, o con nosotros, el espíritu de Wilhelm si no resolvemos esta tarea bien a la europea, es decir, de manera real? ¿O habrá de ser ésa a la postre una pregunta retórica, cuya respuesta se desvanece en el aplauso?

Miremos hacia el Este. Allí se cumple un destino en exceso abrumador. Los cañones europeos han hecho saltar las puertas del Asia, la ciencia y la técnica europeas, la mundanalidad y la codicia europeas inundaron a China. Políticamente hemos vencido al Este. ¿Saben ustedes lo que sucedió cuando Roma hubo subyugado políticamente al cercano Oriente? El espíritu del Este entró en Roma. Mitra fué el dios militar romano y, del rincón más improbable del Asia menor, vino una nueva Roma espiritual. ¿No sería de pensar que hoy en día sucede algo similar, y que fuésemos tan ciegos como los romanos educados, que se maravillaban de las supersticiones de los Xk0FJ@ ?

Ha de notarse que Inglaterra y Holanda, las dos potencias coloniales más antiguas del Este, son a la vez las más infectadas por la teosofía india. Sé que nuestro inconsciente se halla pleno de simbolismo oriental. El espíritu del Este está realmente ante portas. En consecuencia, me parece que la realización del sentido, la búsqueda del Tao, se ha hecho ya entre nosotros un fenómeno colectivo, en una medida mucho mayor de lo que en general se piensa. Considero, por ejemplo, el hecho de que se haya solicitado a Wilhelm y al indólogo Hauer un informe sobre yoga para el congreso de psicoterapeutas alemanes de este año, como un signo de los tiempos extremadamente significativo. ¡Reflexiónese lo que significa para el médico práctico, que tiene que ver de modo totalmente inmediato con los hombres sufrientes, y por tanto receptivos, tomar contacto con los sistemas curativos orientales! Penetra así por todos los poros el espíritu del Este, y alcanza los lugares más llagados de Europa. Podría ser una infección peligrosa, pero quizás también sea un remedio. La babilónica confusión de lenguas del espíritu occidental ha engendrado una desorientación tal que cada cual ansía una verdad simple o, al menos, ideas generales, que no hablen sólo a la cabeza sino también al corazón, que den claridad al espíritu que las contempla y paz al inquieto empuje de los sentimientos. Como lo hiciera la antigua Roma, hoy también sucede que importamos de nuevo todas las supersticiones exóticas con la esperanza de descubrir en ellas el remedio correcto para nuestra enfermedad.

El instinto humano sabe que toda gran verdad es simple y, por ende, el débil de instintos supone que la gran verdad existe en todas las simplificaciones y trivialidades baratas o cae, a consecuencia de sus desilusiones, en el error contrapuesto de que la gran verdad deba ser lo más oscura y complicada posible. Tenemos hoy en la masa anónima un movimiento gnóstico que, psicológicamente, corresponde de manera exacta al de hace mil novecientos años. Entonces, al igual que hoy, peregrinos solitarios como el gran Apolonio, tienden los hilos espirituales desde Europa hasta Asia, quizás hasta la India lejana. Considerado desde tal perspectiva histórica veo a Wilhelm como uno de esos grandes mediadores gnósticos que pusieron en contacto los bienes culturales del cercano Oriente con el espíritu heleno y, con ello, hicieron nacer de las ruinas del imperio romano un nuevo mundo. Entonces, como hoy, preponderaban lo múltiple, lo trivial, la excentricidad, el mal gusto y la inquietud interior. Entonces, como hoy, el continente del espíritu estaba inundado, de manera que sólo emergían del oleaje indefinido, como otras tantas islas, picos individuales. Entonces, como hoy, se hallaban abiertos todos los desvíos espirituales, y florecía el trigo de los falsos profetas.

En medio de la estrepitosa desarmonía de los cobres y las maderas de la opinión europea, es una bendición escuchar la palabra simple de Wilhelm, del mensajero de China. Obsérvesela: está moldeada sobre el candor vegetal del espíritu chino, que puede expresar lo hondo sin pretensión; deja entrever algo de la simplicidad de la gran verdad, de la sencillez del significado profundo, y trae hasta nosotros el suave perfume de la Flor de Oro. Penetrando con su suavidad, ha implantado en el suelo de Europa una pequeña simiente tierna, para nosotros nuevo presentimiento de vida y de sentido, después de todo el espasmo de arbitrariedad y arrogancia.

Wilhelm tenía, ante la cultura foránea del Oriente, la gran discreción tan poco común para el europeo. No le opuso nada, ningún prejuicio y ningún mejor saber, sino que le abrió corazón y mente. Se dejó asir y formar por ella de modo que, cuando retornó a Europa, no sólo trajo consigo una fiel imagen del Este en su espíritu, sino también de su ser. Ciertamente no logró tan honda transformación sin un gran sacrificio, dado que nuestras premisas históricas son tan distintas de las del Oriente. La acuidad de la conciencia occidental, y su aguda problemática, debía ceder ante la esencia más universal y más impasible del Este, y el racionalismo occidental y su unilateral diferenciación, ante la amplitud y simplicidad orientales. Para Wilhelm, esa modificación significó por cierto no sólo un desplazamiento del punto de vista sino también una redisposición esencial de los componentes de su personalidad. No hubiera podido crear Wilhelm de esa manera consumada la pura imagen del Este, liberada de toda premeditación y violencia, que nos dió, si no hubiera logrado al mismo tiempo dejar que el hombre europeo dentro suyo se retirase al trasfondo. Si hubiera dejado que Este y Oeste se embistieran dentro suyo con inmitigada dureza, no hubiera podido colmar su misión de proveernos una imagen pura de la China. El autosacrificio del hombre europeo era inevitable, e indispensable para el cumplimiento de la tarea del destino.

Wilhelm colmó su misión en el más alto sentido. No sólo nos ha hecho accesibles los muertos tesoros espirituales de la China, sino que también trajo consigo, como ya he detallado antes, la raíz espiritual, viviente a través de milenios, del espíritu chino, y la plantó en el suelo de Europa. Con la consumación de esa tarea, alcanzó su misión la cima y, con ello -desgraciadamente- también su término. De acuerdo con la ley, tan claramente vista por los chinos, de la enantiodromía, del curso contrario, sale del fin el principio de lo opuesto. De este modo, en su culminación, yang pasa a ying y la afirmación es reemplazada por la negación. Sólo durante los últimos años de su vida me acerqué a Wilhelm, y he podido observar cómo, con la consumación de la obra de su vida, Europa y el hombre europeo se le aproximaban más y más, y aun incluso lo oprimían. Y con eso creció en él el sentimiento de que se hallaba ante un gran cambio, ante una transformación, cuya esencia por cierto no le era claramente comprensible. Sólo sabía que se hallaba ante una crisis decisiva. La enfermedad física corría paralela con ese desarrollo espiritual. Sus años estaban repletos de recuerdos chinos, pero eran siempre imágenes tristes y sombrías las que flotaban ante sus ojos, clara prueba de que los contenidos chinos se habían hecho negativos.

Nada puede ser sacrificado para siempre. Todo vuelve más tarde bajo una forma cambiada. Y donde una vez tuvo lugar un gran sacrificio debe existir, cuando lo sacrificado retorna, un cuerpo todavía sano y resistente, para poder soportar las sacudidas de una gran transformación. Por eso una crisis espiritual de tal dimensión significa a menudo la muerte, cuando incide sobre un cuerpo debilitado por la enfermedad. Pues ahora el cuchillo sacrificial está en manos del entonces sacrificado y, de quien fué una vez sacrificador, se exige una muerte.

No he reprimido, como ustedes ven, mis concepciones personales, pues, ¿de qué otra manera me hubiera sido posible hablar de Wilhelm sino diciendo cómo lo he vivenciado? La obra de su vida me es de tan alto valor porque me explicó y confirmó tanto de lo que yo intenté, luché por hallar, pensé e hice a fin de encontrarme con el sufrimiento del alma de Europa. Fué para mí una poderosa vivencia oír a través suyo, en elocución clara, lo que oscuramente alboreaba frente a mí partiendo de las confusiones de lo inconsciente europeo. De hecho, Wilhelm me dió tanto que me parece que hubiera recibido de él más que de ningún otro, por lo cual, también, no siento como presunción ser yo quien deposite en el altar de su memoria toda nuestra gratitud y respeto.



25 de junio de 2017

Posibilidades




“Cuando la mente está vacía, se encuentra siempre dispuesta para cualquier cosa, abierta a todo. A la mente del principiante se le presentan muchas posibilidades; a la del experto, pocas.”

Shunryu Suzuki. Mente Zen, Mente de Principiante.



Esta cita de Suzuki, me parece, es muy esclarecedora acerca de la actitud y disposición que, de un modo misterioso, permite al consultante acceder a lo que debe ser extraído de ese conjunto de símbolos obtenidos en su consulta.


18 de junio de 2017

Finalidad de las Mutaciones




...consultar o meditar sobre algunas partes de las Mutaciones puede funcionar como parte de una búsqueda interminable de conocimiento del propio ser y de los otros, que, según el filósofo confucionista Xunzi, es lo que nos hace completamente humanos. También puede proveer un conocimiento práctico que lleve a la acción. Es más probable que un accionar premeditado y oportuno colabore en el funcionamiento  de un grupo más graciosamente ordenado de sistemas sociológicos. Por lo tanto, la sabiduría de las Mutaciones, debidamente utilizada, puede conducirnos a una vida "refinada respecto de los fines, pura respecto de una comprensión virtuosa" y que nos permita "vivir en el presente y obtener nuestros propósitos a partir [de la comprensión] del pasado", de acuerdo con Xunzi.

Margaret J. Pearson - I Ching Ancestral


6 de junio de 2017

El Calendario de los Hexagramas




Como ya se ha dicho, los investigadores actuales han demostrado que la primera evolución del I Ching tuvo lugar en el contexto de una cultura matriarcal ancestral. Esta teoría se apoya en el hecho de que el I Ching en su totalidad está basado en una visión cíclica de la naturaleza que es típica de las culturas matriarcales: se presta gran atención a la alternancia de luz y oscuridad y se resalta la importancia del cambio de las estaciones. La posterior patriarcalización del texto, que comenzó seguramente con el rey Wen, es evidente en La Familia (el clan), hexagrama 37, en donde se enfatiza un orden lineal y jerárquico. Sin embargo, cabe destacar que en su uso real, el I Ching ignora esta estructura lineal y patriarcal subyacente, al igual que sus valores, para transmitir sus mensajes puramente relativistas.
La mejor prueba de esta versión cíclica de la naturaleza está en el calendario incluido en el texto del I Ching. Este calendario justifica en gran parte la manera en que se han interpretado  estos doce hexagramas. Incluso, la manera en que se han interpretado estos hexagramas refleja un punto de vista típicamente matriarcal.

24-El retorno
Diciembre/Enero

El primer mes del año se representa por El retorno (el cambio decisivo), hexagrama 24. En él, una única línea Yang se dice que "entra en el hexagrama desde la parte de abajo", en un hexagrama que era anteriormente todo líneas Yin. Esta única línea representa el regreso de la luz después del solsticio de invierno. El comentario del hexagrama dice: "Luego de una época de derrumbe, llega el tiempo del solsticio, de la vuelta. La fuerte luz que antes fuera expulsada, vuelve a ingresar". El texto del I Ching dice que este hexagrama está asociado con el mes del solsticio, entre Diciembre y Enero.

19-Acercarse
Enero/Febrero

El segundo mes, llamado Acercarse, (hexagrama 19), se indica con una línea Yang extra, o línea de luz, que entra desde abajo aumentando la fuerza de la luz y empujando el resto de las líneas Yin hacia arriba. Tanto el título como su significado secundario, "agrandarse", se refiere al aumento del poder de la luz. El texto dice que este hexagrama está asociado con los meses de enero y febrero.

11-La paz
Febrero/Marzo

El tercer mes, representado por La paz, (hexagrama 11), se crea cuando de nuevo una línea Yang entra en el hexagrama desde abajo, aunque se dice en el I Ching que este hexagrama está asociado con los meses de Febrero y Marzo, las tres líneas de luz inferiores y las tres líneas de oscuridad superiores indican el punto medio entre los solsticios de invierno y de verano; este mes, por lo tanto, sería Marzo en el calendario actual.

34-El poder de lo grande
Marzo/Abril

El cuarto mes, representado por El poder de lo grande, (hexagrama 34), tiene cuatro líneas de luz. Su nombre está tomado del poder en aumento del sol dentro del ciclo anual. Este hexagrama está asociado con el mes de abril

43-La ruptura
Abril/Mayo

El hexagrama del quinto mes tiene cinco líneas de luz, excepto la línea superior. Las cinco líneas de luz representan el momento cercano en el que las líneas de oscuridad van a ser reemplazadas por las de luz durante el solsticio de verano. El nombre de este hexagrama, La ruptura (la resolución), hexagrama 43, refleja este hecho. Aunque se dice que este hexagrama está asociado con los meses de Abril y Mayo, sería más correcto, de acuerdo con nuestro calendario, asociarlo con el mes de Mayo.

1-Lo creativo
Mayo/Junio

El hexagrama del sexto mes representa el solsticio de verano. Las líneas de luz Yang han ascendido hasta desplazar a todas las líneas Yin. Este hexagrama es Lo creativo, (hexagrama 1), y representa el poder de la luz del sol. Este hexagrama está asociado con el mes de Junio.

44-Ir al encuentro
Junio/Julio

En el momento preciso en que la luz ha alcanzado su punto más alto, una línea Yin entra por la parte inferior de la estructura del hexagrama, empujando las líneas Yang hacia arriba. El séptimo mes está representado por Ir al encuentro, (hexagrama 44). Lo que va al encuentro es la oscuridad, la fuerza Yin. El comentario a este hexagrama se centra especialmente en el momento en que las energías de la tierra comienza a replegarse en el interior (bajo tierra); por lo tanto el foco de este hexagrama está en el descenso y la decadencia. Lo que desciende es la estación de crecimiento. Se anuncia la llegada del período de oscuridad del año. Este hexagrama se asocia con los meses de Junio y Julio.

33-La retirada
Julio/Agosto

El octavo mes, representado por La retirada, (hexagrama 33), refleja la retirada progresiva del poder del sol. Este hexagrama se asocia con los meses de Julio y Agosto.

12-El estancamiento
Agosto/Septiembre

El hexagrama que representa el noveno mes se llama El estancamiento, (hexagrama 12). En él, las tres líneas Yin han avanzado desde la parte inferior del hexagrama. Visualmente, este hexagrama representa el punto medio entre los solsticios de invierno y de verano, Septiembre. "El Cielo, en lo alto, se va retirando cada vez más; la Tierra, abajo, desciende cada vez más hacia las simas". El flujo y reflujo de las energías de la tierra era un tema primordial en las sociedades matriarcales. De acuerdo con esto, los hexagramas que representan los últimos seis meses del año aconsejan lo que va de acuerdo con la época: retirarse, conservar, y almacenar provisiones para prepararse para la llegada de la disminución (el invierno).

20-La contemplación
Septiembre/Octubre

El décimo mes, en el que las fuerzas oscuras son incluso más poderosas, se representa con La contemplación (la visión), hexagrama 20. Como cabría esperar, esta época del año (Septiembre-Octubre), es una época para reflexionar, mantenerse en silencio y realizar el trabajo interno.

23-Separarse
Octubre/Noviembre

En el hexagrama que representa al undécimo mes, las líneas Yin han empujado hacia arriba a todas las líneas Yang, menos una, la línea de luz superior. Esto refleja la ruptura, casi total, con el poder regenerativo de la luz. Así, este hexagrama se llama Separarse (partirse), hexagrama 23. Como dice el comentario, "La fuerza Yin se aproxima, penetrando con creciente poder, y está a punto de desplazar por completo a la fuerza Yang". Este hexagrama se asocia con los meses de Octubre y Noviembre.

2-Lo receptivo
Noviembre/Diciembre

El duodécimo y último mes del ciclo está representado por Lo receptivo, (hexagrama 2), en donde sólo hay líneas Yin, o líneas oscuras. Este hexagrama representa tanto las fuerzas principales de lo Yin en su totalidad, como el tiempo de la mayor oscuridad del invierno, el solsticio de invierno. Esta época se consideraba como "la época más sagrada del año" porque se creía que se producía una breve parada en el movimiento ininterrumpido de la Rueda del cambio. Para respetar este momento, los emperadores cerraban los pasos y nadie viajaba. [Véase el comentario de El retorno (el cambio decisivo), hexagrama 24].


Carol Anthony, Filosofía del I Ching, La liebre de marzo, ISBN 84-87403-41-7


31 de mayo de 2017

El Universo del I Ching




Fu-Hsi asistió a la separación del Caos, de la que nacieron el Cielo y la Tierra, y comprendió su movimiento generativo; más tarde presenció cómo un caballo-dragón salía de un río y transcribió los gráficos que el animal llevaba sobre el lomo. Estas figuras, denominadas Tablas del Río, estaban formadas por puntos redondos, negros o blancos, agrupados en un cierto orden. Fue de estos signos de donde Fu-Hsi extrajo los Ocho Kwâ Simples, conocidos también con el nombre de Trigramas.

Probablemente, el Dragón, mítica criatura que recorre  los espacios celestes, representaba el "día", mientras que el Caballo, criatura que ha bajado a la realidad cotidiana y recorre los espacios terrestres, representa la "noche.
Las figuras de la tabla indicaban las constelaciones, y los trazos
primeros elementos del Kwâ, eran los dos momentos fundamentales del movimiento armónico del Sol y de la Luna. Por este motivo, se piensa que en sus orígenes el I Ching era un texto de observaciones astronómicas redactadas con signos fácilmente reconocibles en una época en la cual no se había inventado aún, o al menos no se había puesto del todo a punto, un sistema de escritura, es decir de símbolos gráficos fijos. No es una hipótesis del todo desacertada, si se piensa que los chinos se encuentran entre los observadores del cielo más antiguos e inteligentes; calcularon con extrema precisión el movimiento de las estrellas y determinaron otros fenómenos astronómicos de importancia antes de que lo hicieran los caldeos y los babilonios.

Por lo demás, al igual que ocurre en todas las civilizaciones agrícolas, las variaciones de las estaciones y los cambios del cielo revestían una importancia fundamental, ya que en el cultivo de los campos no se podía dejar nada librado al azar (al menos dentro de ciertos límites) Además, en China, esta necesidad era más fuerte que en otras partes, debido a las difíciles condiciones geográficas.

El suelo de la llanura septentrional y de los altiplanos occidentales está formado por loes, la tierra llevada por el desierto de Gobi y acumulada a lo largo de los siglos hasta cubrir las formaciones geológicas más antiguas con una gruesa capa de terreno polvoriento y deleznable, pero fértil. Este tipo de suelo resulta apto siempre que sobre él caigan lluvias frecuentes, porque sin agua vuelve a convertirse en polvo. En la China septentrional, las lluvias se producen sobre todo en verano; comienzan en primavera con ligeros chubascos que caen en marzo-abril, y alcanzan su máxima intensidad en julio, para cesar por completo a finales de septiembre. El invierno es tan seco y riguroso que obliga a interrumpir todo tipo de actividades, tanto agrícolas como comerciales.

Las cosechas y la vida misma del agricultor dependen especialmente de las lluvias primaverales, que son variables y que a veces faltan por completo. Si eso ocurre, el sol estival quema los brotes y se pierden las cosechas; y si son excesivas, cosa que tiene lugar especialmente durante el solsticio, se producen tremendas inundaciones que arrasran las mieses que todavía no han madurado. En ambos casos sobreviene la carestía, y en general, tanto una calamidad como la otra golpean a este país cada cuatro o cinco años.

Las condiciones climáticas han influido en las distintas formas de culto de los chinos, pero también en el rápido y excepcional desarrollo de sus estudios astronómicos y meteorológicos, así como en la divulgación, llevada a cabo desde la antigüedad, de "calendarios" tan completos que constituian verdaderos textos doctos redactados en un lenguaje simple pero no por ello menos ilustrativo.

En su primera escritura, el I Ching fue un texto en todo el sentido de la palabra, un Libro de las Mutaciones del Cielo y de la Tierra, que según la intención del legendario compilador (quienquiera que fuera), indicaba las variaciones de las estaciones con simplicidad geométrica, a fin de que resultaran claras al campesino, para quien su supervivencia dependía del cielo y de la tierra.

Wang Wên y Chou prolongaron la redacción del texto siguiendo los evolucionados conocimientos de su época, y al hacerlo, en cierto modo alteraron su mensaje primitivo. No obstante, después de un atento exámen se logra encontar ese mensaje primitivo, y su esencia precisa ayuda a la comprensión del texto, puesto que indica sus lúcidas premisas.

Según la leyenda, cuando al principio reinaba en el mundo Fu-Hsi, éste miró hacia arriba y contempló las imágenes del cielo, luego miró hacia abajo y contempló los dibujos de la tierra. Prestó atención a las señales de los pájaros y de los animales. Nacieron así los ocho Kwâ simples.

La figura de este estudioso, quizá astrónomo, naturalista y sabio, se dibuja como en ciertas "sectas" chinas sobre el fondo de un paisaje de tonalidades suaves y líneas esenciales, que dejan muchas cosas libradas a la fantasía de quien las observa.

Fu-Hsi quería comprender las mutaciones de las estaciones, leer las indicaciones del cielo, estudiar el estado del terreno y recoger las "señales" de los animales que preveen instintivamente los cambios de la naturaleza.

Después de largas y pacientes esperas, trazó finalmente un esquema del ciclo solar, quizá hicieron falta años de errores y deducciones imprecisas para establecer en líneas generales esas variantes estacionales, que en apariencia no siguen una regla fija pero que en realidad están regidas por unas leyes establecidas por una sabiduría distinta de la nuestra...



Extracto del libro I Ching, El Libro del Oráculo Chino, de Judica Cordiglia, Ediciones Martínez Roca S.A., ISBN 84-270-0909-7
(Introducción, El Universo del I Ching)



Anterior al Cielo (xian tian)




En la disposición trigramática Anterior al Cielo de Fu Xi (Fu Xi xian tian bagua cixu) se muestra un eje estacionario, en el que cada trigrama presenta una polaridad inversa a la del trigrama que tiene delante; es decir, cada línea yin de un trigrama se convierte en una línea yang en el trigrama opuesto



Los ejes formados por cuatro parejas son Cielo y Tierra; trueno y viento; agua y fuego; montaña y lago. Esta disposición, denominada a veces "de cortesía", representa una visión estática de la realidad. Muestra además, de modo preclaro, la teoría de interrelación entre fuerzas bipolares en nuestro Universo. Los cuatro trigramas situados en los cuatro puntos cardinales son figuras "irreversibles", es decir, al dar la vuelta al trigrama, su figura no cambia, mientras que los cuatro situados en las esquinas sí cambian su estructura cuando se los invierte. El orden clásico es el siguiente:


Si se disponen los ocho trigramas alrededor de un círculo en el orden contrario a las agujas del reloj, con el trigrama Qian en la parte superior, tenemos la llamada "secuencia de Fu Xi". Girando en sentido contrario a las agujas del reloj, vemos trigramas en los que las líneas yang van disminuyendo, hasta alcanzar el trigrama Kun, formado exclusivamente por líneas yin. A partir de Kun encontramos, en orden ascendente, trigramas en los que las líneas yin van menguando para dar paso a un aumento equilibrado de líneas yang.

En esta ordenación cada trigrama "completa" al opuesto, tanto en cuanto a número ordinal (1+8, 2+7, 3+6, y 4+5, el resultado siempre es nueve, número de máximo yang) como en número de trazos (contando la línea yang como un trazo y la yin como dos, veremos que cada pareja está compuesta por nueve trazos). Esta asociación relaciona la secuencia anterior al Cielo con el aspecto constituyente, fundamental (ti, lit. "forma", corporalidad, materia") que tiene el poder intrínseco de corporalizar su energía-aliento (qi) para dar orígen a todas las cosas. Es decir, es el aspecto creativo todavía no manifiesto, en estado latente, y que contiene en sí la energía necesaria para poner en marcha el mecanismo de la creación.



Extraìdo del libro YIJING El Libro de los Cambios, con el comentario de Wang Bi,  de Jordi Vilà.
(Notas al  texto del capìtulo "Introducciòn al estudio del Yijing")


Posterior al Cielo (hou tian)




En esta nueva ordenación (wen wang hou tian bagua cixu) el aspecto constituyente, creador, ya ha abandonado su posición estática para ponerse en marcha; crea nuevas relaciones y nuevos ejes energéticos, se convierte en la "función" o "aplicación" (yong) del anterior diagrama, actuando de forma dinámica y organizando y otorgando forma a todos los seres.
Es en el orden del rey Wen donde encontramos la expresión perfecta de la sucesiòn de las estaciones del año en un orden cronológico adecuado, empezando por la posición del trigrama Zhen, que representa la primavera, el crecimieno de las plantas (madera), y siguiendo el recorrido en el sentido de las agujas del reloj, hasta Gen, que es la inmovilización, la hibernación de todas las cosas al final del ciclo anual. En esta disposición, los trigramas se encuentran en orden temporal, de acuerdo a la teoría de las Cinco Fases, ajena en principio al Yijing, aunque en tiempos posteriores se ha ido vinculando a éste. En este orden, el eje marcado por los cuatro puntos cardinales define la posición de las cinco fases, y por analogía permite definir las estaciones del año o el transcurso de un dìa.

Este=zhen=madera=primavera=mañana
Sur=li=fuego=verano=mediodìa
Oeste=dui=metal=otoño=tarde
Norte=kan=agua=invierno=noche

Los otros trigramas estàn dispuestos en diagonal asociados a estos cuatro:

Sudeste=xun=madera
Sudoeste=kun=tierra
Noroeste=Qian=metal
Nordeste=gen=tierra


Extraìdo del libro YIJING El Libro de los Cambios, con el comentario de Wang Bi,  de Jordi Vilà.
(Notas al  texto del capìtulo "Introducciòn al estudio del Yijing")



15 de mayo de 2017

De Poesía y Creación.




Quizá podamos iniciar esta conversación rescatando algunos rasgos fundamentales de lo que llamamos poesía moderna, desde la perspectiva de su óptica personal. En primer lugar: ¿es posible definir la poesía?

Hay en la tradición del budismo Zen una anécdota, atribuida a Basho, con la que tal vez pueda contestar su pregunta. He estado explicando Zen toda mi vida, confesó una vez Basho, y, sin embargo, nunca he podido comprenderlo. Pero, dijo su interlocutor, ¿cómo puede usted explicar algo que no entiende? Oh, exclamó Basho, ¿también tengo que explicarle eso? Definir la poesía es una imposibilidad, una utopía, algo que no puede hacerse. Yo preguntaría: ¿se puede definir la vida? ¿Se puede definir la muerte, la música, el amor? Sueño de una definición. Quizás esto le hizo decir a Novalis que la crítica de la poesía es un absurdo. No en vano, en el siglo XVIII el padre Feijóo, al referirse a la poesía, hablaba de ese no sé qué. Y no hace mucho Pedro Salinas decía: Todo comentario a una poesía se refiere a elementos circundantes a ella: estilo, lenguaje, sentimientos, aspiraciones, pero no a la poesía misma. La poesía es una aventura hacia lo absoluto. Es decir: la explicación de lo que no se comprende —en este caso, la poesía— sólo es posible por un único camino, la creación. La creación sólo es explicable por la creación, así como el amor sólo es explicable o comprensible o ubicable por el amor. Basho vivía el Zen, lo creaba diariamente, se creaba en esa dimensión del espíritu en busca de lo absoluto. Y hay algo que los textos no señalan, pero que nosotros sabemos: Basho era, también, uno de los más grandes poetas de su tiempo. La única manera de recibir una creación, escribí alguna vez, es crearla de nuevo. Tal vez, crearse con ella.

Esto nos lleva a esa idea suya de que el poema, la obra poética, sería algo así como un organismo incompleto.

Sí, pero además intencionalmente incompleto. Algo sin acabar, sin terminar, que nos llega como parte de la expresión humana para que nosotros lo completemos. Es la gran tentación que se le pone delante al hombre para que ejercite su capacidad más alta y definitiva: crear. Por eso no es cuestión de ver el poema. Hay una hermosa frase de Paul Eluard, que dice que el objeto del poema es dar a ver, mostrar al mundo, mostrar esto que nos disimulamos todos los días, esto que la tontería de nuestra vida no nos deja ver. Dar a ver la realidad sustancial del hombre, esto que se nos escapa por fragilidad, por incapacidad, por las presiones de la vida, que se nos escapa porque no somos capaces de proveer suficientemente a esa exigencia de lo absoluto. Pero diría: no es solamente dar a ver. Es dar a crear, dar a hacerse otra vez.

La poesía no consistiría, entonces, en la reunión más o menos afortunada, de algunas palabras, sino en la encarnación —en ellas— de esa exigencia.

Por supuesto, no podemos olvidar que el poema está hecho de palabras. Pero hablamos aquí de la palabra del hombre, de la más alta posibilidad de expresión del hombre. Además, el poema no está hecho solamente de palabras. Está hecho, también, de silencios, como la música. La música no es sólo sonidos: el sonido constante, permanente, no sería música. El sonido y el silencio, la palabra y el silencio. Por eso Paul Claudel dijo alguna vez: Mi poema no está hecho de estas palabras puestas como clavos sobre un papel. El poema está hecho también de los silencios que rodean a esas palabras. Lo que no se dice es tan importante como lo que se dice. Por eso aquello de Mallarmé: no hay que nombrar las cosas, no hay que señalarlas simplemente y decir esto es un vaso, eso es papel, aquello es luz, esto es un rostro. Hay que sugerirlas, hay que hacerlas sospechar. Cuando uno hace que las cosas estén presentes por su ausencia, es cuando las cosas están. ¿Qué es estar presente en algo? ¿Es simplemente el hecho físico y material, definible, de esta constancia efímera y transitoria de un hombre que está aquí? ¿O la presencia de algo es aquello que, aunque invisible y lejano y pasado, permanece y se nos clava dentro? La poesía actúa por ausencia, actúa por este milagro que se da en la captación de la realidad por el hombre: nunca se entiende tanto una cosa como cuando se la nombra mediante otra cosa. Aquí tenemos la analogía, las correspondencias de Baudelaire.

En este sentido, la poesía moderna se presenta como una lucha por la expresión humana.

Es que la lucha por la expresión es como la lucha por la vida. Uno se juega en ella la necesidad fundamental del hombre. La expresión no es solamente la palabra: es un gesto, un acto, una ausencia. Pero la expresión es lo que hace del hombre lo que es. Alguna vez he recordado un hermoso pensamiento, también de un poeta, de Emerson, cuando dice que el hombre no es nada más que la mitad de sí mismo: la otra mitad es su expresión, Y esa expresión del hombre no es algo gratuito, sino una necesidad. Por eso, tal vez, Antonio Porchia reflexionaba: Cuando digo lo que digo, es porque me ha vencido lo que digo. La poesía no es nada más que la lucha por la expresión, llevada a su último extremo: extremo del hombre, del lenguaje, de la realidad. La lucha por la expresión adquiriendo para la palabra la libertad de la palabra. Y esto no es nuevo. Ya en el apogeo del romanticismo, en el prólogo de Hernani se nos decía que la gran búsqueda era la persecución de la libertad en la literatura. ¿Qué hace la poesía moderna en busca de su libertad? Entre otras cosas, reniega de lo discursivo. Reniega de la verborragia, de la palabrería, del hablar demasiado. Concibe que todo aquello que pueda decirse de otra manera es mejor decirlo de otra manera. Ése es un gran pensamiento de Eliot: lo que puede decirse en prosa se dice mejor en prosa. Y dando un salto más hacia atrás del hombre, también Eliot nos dice: Y lo que no sabes es lo único que sabes, y lo que posees es lo único que no posees, y allí donde estás es donde no estás. Por eso la poesía moderna abandona la anécdota, abandona el cuento y la fábula, el fácil moralismo, la decoración, el sentimentalismo, la política. No le interesa el poder. Busca algo más entrañable y definitivo que el poder. Por eso, en las fuentes de la poesía moderna, Baudelaire decía: Mi libro es esencialmente inútil. Deseo que esta dedicatoria de mi libro sea ininteligible., porque lo que busco es precipitarme al fondo del abismo. Infierno o cielo, ¿que importa? Hay que ir hasta el fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo. Y por eso, en esta búsqueda de la libertad de la palabra, de la libertad del ser, hay una aparente pérdida de sentido. Esta búsqueda es la que le hizo decir a Paul Reverdy, en un bello libro que se llama La función poética: La poesía aparece, pues, como algo que debe seguir siendo el único punto de altura desde donde se puede todavía, como supremo consuelo de nuestras miserias, contemplar un horizonte más claro, más abierto., que nos permite no desesperar completamente. Hasta nueva orden, hasta un nuevo y quizá definitivo desorden, será en esta palabra, poesía, donde habrá que ir a buscar el sentido que antes tenía la palabra libertad. Si el hombre no encuentra en un grano de su sed interior, en un resorte de su capacidad interior, el sentido de la libertad, es que el hombre lo ha perdido para siempre.

En esa búsqueda que caracteriza a la poesía moderna hay una serie de renuncias, una de las cuales usted ha mencionado: el sentido convencional de las palabras. ¿Cree que también debe renunciar a la música, al canto?

La búsqueda de la libertad de las palabras es también la búsqueda de la libertad del ser. Por eso la poesía apela a un canto interno, no a la música que conocemos, sino a una música que ella cree descubrir en el sentido mismo de las cosas que dice.
No se trata de una interiorización de aquello que llamábamos “lirismo”. Es un paso más allá: si usted quiere, es un acto de fe más allá, que consiste en creer que en el fondo todo es caos o hay un sentido indefinible que es una música. Música del sentido, canto interno.
Rene Char, en esta renuncia a los sostenes exteriores de la música, eso que nos enseñaron en nuestros colegios (la rima, la métrica), en esta búsqueda de una música por detrás de la música, llegó a lo que llamaba el “poema pulverizado”, las “partículas de frase”, los “trozos” de aquello que entendíamos como un poema, la “disolución” de la estrofa. Nos dice: La poesía es, entre todas las aguas que corren, la que menos se demora en los reflejos de sus puentes. Y en otra parte; El infinito ataca. Hay una inmensa belleza en este giro.
El hombre es un ser acosado por el infinito, aunque se lo disimule, aunque lo pierda de vista. El infinito ataca.
¿Qué hacer? Y dice Rene Char: El infinito ataca, pero una nube salva. Si ésta no es la belleza del mundo, si esto no es la música del sentido, si esto no es la esperanza del hombre en tiempos de desdicha, si esto no es la reconquista del ser, si esto no es el hombre volviendo a aprender el balbuceo originario del lenguaje y la palabra, entonces la poesía no tiene sentido.


Roberto Juarroz - Diálogos con Guillermo Boido.


18 de marzo de 2017

Chi Kung / I Ching




Los chinos llevan miles de años estudiando el Chi. Parte de la información sobre los patrones y los ciclos naturales ha sido registrada en libros, uno de los cuales es el "I Ching" (Libro de los Cambios, 1122 a. C.). Cuando el I Ching fue presentado al pueblo chino, creyeron que el poder natural se componía de Tian (Cielo), Di (Tierra) y Ren (Hombre). Éstos reciben el nombre de "San Cai" (las Tres Fuerzas Naturales) y se manifiestan como las tres fuerzas de chi: Chi celeste, Chi terrestre y Chi Humano. Estas tres facetas de la Naturaleza tienen sus reglas y sus ciclos definidos. Las reglas nunca cambian y los ciclos se repiten periódicamente. El pueblo chino utilizó el conocimiento de estos principios naturales y del I Ching para calcular los cambios del Chi natural. Este cálculo recibe el nombre de "Bagua" (los Ocho Trigramas). De los Ocho Trigramas se derivan los 64 hexagramas. Probablemente fuera el I Ching el primer libro que instruyese al pueblo chino sobre el Chi y sus variantes en la Naturaleza y en el hombre. La relación de las Tres Fuerzas Naturales y de sus variantes de Chi se trataron extensamente después en el libro "Qi Hua Lun" (Teoría de las Variantes del Chi)

La Raíz del Chi Kung Chino - Dr. Yang, Jwing Ming


18 de enero de 2017

Lü - El andariego




Los hombres sin hogar pasan su vida infantil y valiente, miserable y fuerte, sin someterse a nadie, dependientes tan solo del tiempo y las estaciones, sin objetivo alguno ante sus ojos, sin techo alguno sobre su cabeza, sin poseer nada y expuestos a todos los azares. Son los hijos de Adán, el expulsado del Paraíso, y hermanos de los animales inocentes. Hora tras hora, reciben de la mano del cielo lo que él les envía: sol, lluvia, niebla, nieve, calor y frío, bienestar y penurias; para ellos no existe el tiempo ni la historia ni el afán, ni ese extraño ídolo del desarrollo y del progreso en el que creen tan desesperadamente los que tienen casa. Un vagabundo puede ser delicado o tosco, hábil o torpe, valiente o medroso, pero, en el fondo, es siempre un niño, vive constantemente en el primer día, antes del comienzo de la historia del mundo, y se guía por unos pocos, sencillos impulsos y necesidades. Puede ser inteligente o corto de alcances. Puede tener un alma zahorí, que acierte a descubrir cuán quebradiza y pasajera es toda vida y en que manera pobre y angustiosa lleva todo ser su miajilla de sangre cálida a través del hielo del universo; o bien puede reducirse a obedecer infantil y ávidamente los mandatos de su pobre estómago; en todo caso, será siempre antagonista y enemigo mortal del hombre acomodado y sedentario, que le odia, desprecia y teme porque no quiere que se le recuerde la fugacidad de todo ser, el continuo declinar de toda vida, la muerte implacable y fría que llena el mundo en torno nuestro.

Hermann Hesse - Narciso y Goldmundo