Prefacio
I
De todos los libros que las diversas civilizaciones han producido o soñado, el I Ching o el Clásico de los Cambios (también llamado el "Libro de las Mutaciones" o de las "Transformaciones") bien puede considerarse el más extraño. No tanto a causa de su mensaje, sino en primer lugar por las características de su composición. Inicialmente este libro no fue tal. Su aparición no se dió por "escrito" y, en consecuencia, nos sitúa muy lejos de los milenios de cultura libresca en la que nos hemos formado: en principio no estuvo compuesto por palabras sino solamente por dos signos, los más simples que pueda haber, una linea contínua y otra discontínua, una entera y otra quebrada,
Se formó a partir de las diversas combinaciones que permiten estos dos tipos de linea y no del enunciado de un discurso, de la formulación de un sentido. En principio no pertenece a ninguna lengua, ni tampoco posee una lengua propia (como si se tratara de un código o de un idioma secreto): en principio no transcribe nada, ni un pensamiento ni una aspiración; su sentido surge del solo juego de sus figuras, de sus efectos de oposición y de correlación, de sus posibilidades de transformación. En cuanto a su lectura, esta obra también es especial: no posee una trama definitiva que nos conduzca del principio al fin, sino un modo de uso a seguir, un dispositivo para manipular; y el libreto que depende de tales operaciones es siempre improvisado. He aquí pues un "libro" que en su origen no apuntaba a comunicar un sentido, que está hecho solo de un conjunto de figuras y de indcaciones que hay que observar, que se ofrece tanto a ser "consultado" como "leído" y que no nos brinda un plan o un orden prefijados. No obstante, esto que tan poco se parece a un libro ha constituido el texto fundamental de toda una civilización. ¿Se tratará solamente, en este caso, de un legado de mentalidades arcaicas, "prelógicas", conservadas con excesiva devoción en China, el país de la tradición? ¿O, por el contrario, se trata de un sistema de una coherencia tal que podido conservarse e incluso seguir evolucionando hasta nuestros días?
¿Tesoro de sabiduría o acertijo? Es preciso señalar que una vez que Occidente toma conocimiento de este libro, se suscitan dos reacciones opuestas. Entre quienes despierta desconfianza, se tiende a no ver en él sino un gran bazar de supersticiones o de fantasías. Si bien se reconoce su importancia, muchos especialistas en la cultura china lo consideran más un tesauro de sentencias e imágenes cuyo conocimiento es indispensable para la lectura de otros textos que un libro que merece ser estudiado por sí mismo y es preciso interpretar.
El terreno que queda vacante lo invaden los gurúes: de aquello que abandona la sabiduría hace presa la imaginación, y a la desconfianza de unos se opone, como contrapartida, el entusiasmo de otros. Estas líneas, estos números, estas figuras, sin olvidar las monedas y varillas (destinadas a la consulta oracular) son la clave de innumerables misterios, que se prestan al delirio pagano de lo exótico. Cuanto menos se comprenden las sentencias del libro, tanto mayor la fascinación que estas ejercen. Ya solo las dos sílabas de su título, "I Ching" (en pinyin, Yijing) con el transfondo de "Oriente", adquieren el valor de un talismán.
El propósito del presente ensayo es invitar a una superación de estas dos actitudes, sin inclinarnos a favor ni de una ni de otra: es un intento de sacar a la obra de la suspicacia en la que la ha mantenido cierto tipo de saber, pero sin entregarla, a su vez, a ningún fantasma ideológico. En otras palabras, su objetivo consiste simplemente en ofrecer este libro a nuestra reflexión como una herramienta. En efecto, este texto se ha enriquecido tanto a partir de su origen adivinatorio y ha fecundado hasta tal punto el pensamiento chino durante milenios, que sin lugar a dudas es preciso tomarlo en serio. La cuestión ya no es saber si conviene ubicarlo en la biblioteca en la sección "sabiduría" o en la sección "filosofía" stricto sensu, tal como la concibe la tradición occidental (otra manera de eliminar al libro magnificándolo). Se impone aquí, de entrada, una tarea de naturaleza y alcance incontestablemente filosóficos: la de reinterpretar a partir de nuestros propios términos la lógica que pone en juego este Clásico y, confrontándolo con nuestra propia visión de las cosas, hacerla servir filosóficamente. Como nos lo anuncia su título mismo, el I Ching se presenta como un "clásico" de lo último que pensaríamos que puede ser el objeto de un clásico: es decir, del "cambio". Lo que cambia no es pues inconsistente, sino que es más bien la única realidad y, en cuanto tal, posee su coherencia. Tampoco dejaremos de descubrir en este libro un medio para hacer tambalear no solo algunas de nuestras opciones metafísicas más comunes (que consagran al "ser", a lo "eterno" y a la "verdad", entre otras cosas) sino también lo que les sirve de marco y de soporte. Lo cual significa que seremos invitados, sobre la marcha a reconsiderar desde fuera algunos de nuestros prejuicios más arraigados (y que forman los repliegues de nuestro espíritu, en el sentido en que se dice en francés "prendre un pli"): prejuicios a partir de los cuales se ha escrito nuestra historia de la filosofía y que ya no interrogamos, que ya no soñamos con interrogar, tanto se confunden para nosotros con el advenimiento mismo de la razón...
Figuras de la inmanencia (Para una lectura filosófica del I Ching) - Francois Jullien - ElHiloDAriadna, colección Sophia ISBN 978-987-3761-05-8